La investigación, en la que también han participado los investigadores Ramon Buxó, fitoarqueólogo y director del Museo de Arqueología de Cataluña-Girona, y Mònica Aguilera, investigadora de la UdL actualmente en el Museo de Historia Natural de París, se ha publicado en la revista Nature Communications.
Los investigadores han aplicado técnicas provenientes de la fisiología de cultivos para analizar los restos arqueobotánicos. Así, se analizaron 367 semillas de cereales -como por ejemplo cebada y trigo- y 362 restos de maderas obtenidas en once yacimientos arqueológicos de la Alta Mesopotamia, que incluye el sudeste de la actual Turquía y el norte de la actual Siria, en el Próximo Oriente. Como material de referencia se analizaron semillas de cultivos actuales de trigo y cebada y maderas de especies similares a las arqueológicas crecidas en la región.
Los investigadores compararon la medida de los restos de semillas con muestras actuales para determinar cómo se produjo la domesticación de los cultivos. «Hasta ahora, la metodología que se usaba no reconstruía la medida real, sino que medía la anchura y la longitud de semillas carbonizadas», explica Josep Lluís Araus, profesor del Departamento de Biología Vegetal de la UB. «Nosotros hemos reconstruido el peso de la semilla -prosigue el experto- y hemos visto que su incremento continuó durante muccho más tiempo del que se pensaba, posiblemente durante varios milenios». Según el investigador, esta selección inicial de semillas fue «inconsciente», es decir, los primeros agricultores se quedarían con las semillas más grandes y, así, progresivamente, debían aumentar de medida.
El análisis de las composiciones isotópicas del carbono y del nitrógeno de las muestras -una técnica utilizada en la fisiología y mejora de cultivos- ha sido clave para describir las condiciones de la zona. «La composición isotópica del carbono nos permite evaluar la humedad disponible para los cultivos, que logró un máximo hace aproximadamente 9.000 años y un descenso progresivo hasta los inicios de nuestra era», remarca Araus. En cualquier caso, los investigadores no han encontrado evidencias conclusivas sobre un posible uso del riego como práctica habitual de cultivo. «Con esta información y con la medida de la semilla podemos evaluar la productividad máxima de los cultivos de aquella época», señala Josep Lluís Araus.
El análisis de las composiciones isotópicas del carbono y del nitrógeno de las muestras -una técnica utilizada en la fisiología y mejora de cultivos- ha sido clave para describir las condiciones de la zona. «La composición isotópica del carbono nos permite evaluar la humedad disponible para los cultivos, que logró un máximo hace aproximadamente 9.000 años y un descenso progresivo hasta los inicios de nuestra era», remarca Araus. En cualquier caso, los investigadores no han encontrado evidencias conclusivas sobre un posible uso del riego como práctica habitual de cultivo. «Con esta información y con la medida de la semilla podemos evaluar la productividad máxima de los cultivos de aquella época», señala Josep Lluís Araus.
Por otro lado, la composición isotópica del nitrógeno facilita información sobre la materia orgánica del suelo y su fertilidad. Según Juan Pedro Ferrio (Agrotecnio-UdL), «a pesar de que eran cultivos de secano, podemos decir que había una gran disponibilidad de nitrógeno en comparación con la actualidad: indudablemente, se cultivaba en terrenos mucho más fértiles que los actuales». Además, se aprecia una pauta de progresivo decrecimiento en la fertilidad del suelo, seguramente por el sobrecultivo o por la extensión de las zonas de cultivo hacia terrenos menos fértiles, y también por el progresivo endurecimiento de las condiciones climáticas.
Todos estos datos permiten describir con más precisión las condiciones de la agricultura en sus orígenes y también la evolución de las poblaciones humanas ligadas a las prácticas agrícolas. «Condiciones como una mayor o menor disponibilidad de agua o la fertilidad de los suelos se han relacionado en este estudio con el rendimiento de los cultivos», explica Josep Lluís Araus. Los rendimientos pasados, en relación con las necesidades calóricas medias de una persona, permiten, por ejemplo, tener una idea aproximada de qué superficie de cultivo era necesaria para alimentar a la población en épocas pasadas. «Esta información -continúa Araus- se puede utilizar para conocer con mn más precisión los límites de crecimiento de los antiguos asentamientos y la evolución de una comunidad humana. La idea sería intentar integrar toda esta información en modelos para entender mejor el pasado», concluye el investigador. (Fuente: U. Barcelona)
Todos estos datos permiten describir con más precisión las condiciones de la agricultura en sus orígenes y también la evolución de las poblaciones humanas ligadas a las prácticas agrícolas. «Condiciones como una mayor o menor disponibilidad de agua o la fertilidad de los suelos se han relacionado en este estudio con el rendimiento de los cultivos», explica Josep Lluís Araus. Los rendimientos pasados, en relación con las necesidades calóricas medias de una persona, permiten, por ejemplo, tener una idea aproximada de qué superficie de cultivo era necesaria para alimentar a la población en épocas pasadas. «Esta información -continúa Araus- se puede utilizar para conocer con mn más precisión los límites de crecimiento de los antiguos asentamientos y la evolución de una comunidad humana. La idea sería intentar integrar toda esta información en modelos para entender mejor el pasado», concluye el investigador. (Fuente: U. Barcelona)
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