domingo, 4 de mayo de 2014

Los retos de un país envejecido

España envejece mientras pierde población, y todo ello a un ritmo que rompe estadísticas en un contexto de aguda crisis económica. En tres años habrá más fallecimientos que nacimientos (solo ha sucedido en la Guerra Civil y la pandemia de gripe de 1918). No es este el único hito demográfico sobre el que ha advertido el Instituto Nacional de Estadística (INE). El avance del padrón a fecha de enero de 2014 muestra la mayor caída de población extranjera en un año: 545.980 (el 9,9%). En parte por quienes han adquirido la nacionalidad española, pero sobre todo por los expulsados por la crisis, una tendencia que ha marcado el retroceso de población de los últimos dos años, que la ha dejado en 46,7 millones. Y que, según los últimos cálculos estadísticos del INE a largo plazo, apuntan a una pérdida de 4,6 millones hasta 2051 para caer por debajo de los 42 millones de habitantes.
PROYECCIÓN DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA.  / MARIANO ZAFRA / EL PAÍS
¿Hay motivos para preocuparse? Sí, si a todo ello se suman los efectos de una profunda recesión, con una caída del empleo e ingresos de la Administración menguantes (impuestos, cotizaciones...) para sostener a una población cada vez más envejecida (pensiones, gasto sanitario), como trasladan demógrafos y economistas consultados por este diario. Un problema que se agudizará en las próximas décadas a medida que las generaciones de jubilados estén más pobladas y mengüe en las de activos.
En buena parte, el problema que tiene España sobre la mesa tiene que ver con la gestión de un éxito. Por una parte, por haber alcanzado una de las tasas de esperanza de vida más altas del mundo (con datos de 2012, las españolas son las mujeres más longevas de Europa con 85 años de expectativa al nacer). Por otra, debido a la reducción de la natalidad, en buena medida, por la incorporación de la mujer a la actividad laboral.

España pierde población y se tendrá que acostumbrar a contar con menos habitantes. ¿Es malo perder población? Ni bueno ni malo, responde Margarita Delgado, investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). “¿Qué más da un millón más o menos? Lo que importa es la estructura demografica de un país”, responde. Es decir, contar con población suficiente para sostener el gasto de sus generaciones más ancianas.Estos dos factores, que entraron en juego hace años, ya llevan tiempo dibujando un escenario de envejecimiento progresivo de la sociedad. Pero el inesperado aluvión de inmigrantes de la pasada década maquilló una situación que la acelerada vuelta a casa de extranjeros expulsados por la crisis, más la salida de nacionales en edad laboral, está dejando en evidencia en estos momentos.
La gran paradoja que se da en este momento es que, de no sufrir España la crisis tan cruenta que mantiene a casi seis millones de personas en el paro, el país no debería de tener problemas para sostener a la población pensionista, según los demógrafos. La generación del baby boom (la explosión demográfica que se produjo en España entre los años 1958 y 1977) está (o debería estar) en pleno ejercicio profesional, con el pico de población entre la treintena y los 50 años, como refleja la pirámide de población. “España nunca ha tenido tanta gente en disposición de trabajar y tan formada”, apunta Antonio Abellán, especialista en envejecimiento del CSIC. Pero la crisis, al apartar a buena parte de ellos del mercado laboral, ha limitado su capacidad de generar riqueza y aportar recursos para el mantenimiento del sistema con garantías (social, sanitario).
Por ello, demógrafos como Andreu Domingo, subdirector del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad Autonoma de Barcelona, rechazan que se emplee la estructura demográfica como excusa para los recortes. “Los principales riesgos, que los hay, tanto en el sistema de pensiones o los cuidados de larga duración, no se deben al envejecimiento, sino a la falta de actividad económica, de crédito o la ausencia de políticas de empleo”, comenta Abellán, del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC.
Con todo, lo peor (en cuanto a la estructura demográfica) está por llegar. Y este escenario se planteará a partir de la década de 2030, y sobre todo de las de 2040 y 2050, cuando empiecen a jubilarse en masa losbabyboomers. Será entonces cuando las generaciones más pobladas vayan dejando el mercado laboral mientras, por debajo, unas cohortes sensiblemente más reducidas deban soportar el coste de la atención de las pensiones y sus cuidados sociosanitarios. “Los más vulnerables son el grupo entre los 40 y quienes rebasan los 50 años, apunta Andreu Domingo. “Lo más complicado lo vamos a tener a partir de los próximos 20 años”, insiste Abellán. “Si los políticos son razonables, tendrán que tomar medidas. Los próximos años avanzaremos hacia un desequilibrio mayor”, añade Delgado, “y la relación entre la cúspide y la base será más desfavorable”.
Ese será el momento de mayor tensión en la estructura demográfica, hasta que a medida que vayan falleciendo las generaciones más pobladas, se imponga una estructura de población, que no será ni piramidal ni con forma romboide sino una especie de árbol con un ancho tronco que va perdiendo la copa. Y en el que apenas habrá diferencias en el número de habitantes de las diferentes cohortes de edad.
Esto es lo que apuntan las predicciones a largo plazo, unas proyecciones estadísticas que se elaboran a partir de las tendencias demográficas del momento. Y que podrían variar, no tanto en los aspectos relativos a las tendencias de natalidad o mortalidad, las más rígidas y previsibles, sino en el saldo migratorio, mucho más volátil y directamente ligado al desarrollo económico.
Por ello, pese a lo “complicado de saber lo que sucederá en los próximos años”, según Domingo, la pérdida de población parece clara. “Habrá que acostumbrarse a poblaciones decrecientes”, comenta. El aumento de habitantes solo podrá llegar de la atracción de población extranjera, aunque será cada vez más complicado. “La idea de que los inmigrantes son un yacimiento infinito de empleo desaparecerá. De hecho, ya hay elevada competencia por captar los de mayor grado de formación en el mundo”, añade.
Esta complejidad dificulta las medidas a tomar. Pese a ello, Abellán lanza algunas ideas. Por ejemplo, incrementar la edad laboral. “Hasta ahora, los años ganados a la muerte se los damos a la juventud —formación— y la vejez —ocio— , no a la etapa adulta”. Abellán apuesta por incrementar la edad laboral por coherencia demográfica “y no solo por la sostenibilidad del sistema”.

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