Puede que Europa disfrute de mejor calidad del aire que muchas megalópolis asiáticas o latinoamericanas, pero no por ganar en esa comparación sus ciudadanos se libran de respirar contaminación dañina para la salud. La Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA, por sus siglas en inglés) emitió ayer una contundente voz de alerta sobre este problema sanitario del que cada vez se tiene más conciencia: en torno al 90% de la población urbana de la UE está expuesta a concentraciones de contaminantes que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera perjudiciales para la salud.
La agencia, que maneja datos oficiales de 2011 remitidos por los Estados miembros, recuerda que pese al descenso de emisiones de las últimas décadas —acelerado por la crisis de los últimos años— hay contaminantes, como las partículas y el ozono troposférico, que “siguen provocando problemas respiratorios y enfermedades cardiovasculares y reduciendo la esperanza de vida”. El toque de atención del informe anual de la EEA llega en un momento decisivo. Hace solo unos meses la OMS actualizó su guía de 2005 sobre los efectos negativos en la salud de los contaminantes. Sus conclusiones fueron reveladoras: la ciencia los ha demostrado sobradamente y son mucho peores de lo que se creía ocho años atrás. Con ese análisis sobre la mesa, a la Comisión Europea le toca mover ficha y revisar su legislación.
Los límites que pone Bruselas a la exposición a contaminantes generan controversia. La legislación comunitaria es mucho más laxa de lo que recomienda la OMS o incluso dispone la Agencia de Protección Ambiental estadounidense. Un ejemplo claro son las partículas PM2,5. Europa permite una media anual de 25 microgramos por metro cúbico; la OMS dice que solo se protege la salud por debajo de 10. “Los límites de la OMS son los que debemos perseguir”, asegura Xavier Querol, investigador del CSIC. “En muchos informes de la Agencia Europea del Medio Ambiente o de la Comisión se usan estos valores para ver qué porcentaje de la población está expuesta a valores por encima de lo que se considera perjudicial para la salud”, añade. “La OMS se ocupa de la salud. La UE legisla utilizando criterios de coste-efectividad en los que la salud compite con el coste-beneficio económico y social”, abunda Jordi Sunyer, epidemiólogo del Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental (CREAL) en Barcelona.
“Las evidencias científicas están encima de la mesa, y Bruselas debería tenerlas en cuenta. Como investigadores, nuestra obligación es decir lo que estamos encontrando”, señala Julio Díaz, investigador del Instituto de Salud Carlos III que lleva más de una década estudiando la asociación entre las partículas PM2,5, procedentes en gran medida de los motores diésel, y los efectos adversos en la salud. Sus trabajos han demostrado relación entre contaminación e ingresos hospitalarios, mortalidad en mayores de 75 años, por causas circulatorias, respiratorias... “Comprobamos que, incluso para niveles que según la UE eran seguros, se observaban efectos en salud”, afirma.
El informe de la EEA constata que, entre 2009 y 2011, hasta el 96% de la población urbana estuvo expuesta a concentraciones de PM2,5 superiores a las directrices de la OMS. En el caso del ozono, el 98%. El comisario de Medio Ambiente, Janez Potocnik, recordó ayer que la contaminación explica la muerte prematura de 400.000 personas en 2010 en Europa. “¡Más de 10 veces las muertes por accidentes de tráfico!”, exclamó. Su discurso se tituló: “Si crees que la economía es más importante que el medio ambiente, intenta aguantar la respiración mientras cuentas tu dinero”. Y añadió datos sobre el coste de la contaminación: entre 330 y 940 miles de millones al año (pérdida de jornadas laborales, menor productividad, gasto sanitario...)
El epidemiólogo Sunyer recuerda el abismo que hay entre lo que saben los expertos y la percepción de la población. “Para los expertos, la contaminación atmosférica es uno de los factores más peligrosos para la salud, y sin duda el primero entre los ambientales”, señala. No así para los ciudadanos, que podrían haberse acostumbrado a ver de vez en cuando la boina negra sobre Madrid —”falta de novedad”, dice— o, como sus efectos son invisibles o a muy largo plazo, le restan importancia. “Muchas sociedades europeas están más concienciadas que la nuestra de la necesidad de mejorar la calidad del aire”, añade Querol.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/10/15/actualidad/1381867422_148340.html
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