La chispa para el nacimiento de la tirita, esa tira adhesiva por una cara con un apósito esterilizado en el centro que se coloca sobre heridas pequeñas para protegerlas, fue Josephine. Era la patosa esposa de Earle Dickson, un empleado de la compañía estadounidense de productos de higiene y sanitarios Johnson & Johnson.
Corría el año 1920 y la pareja de recién casados vivía en New Brunswick, en el estado de New Jersey. Earle trabajaba comprando el algodón para Johnson & Johnson y ella era ama de casa, no muy mañosa. A menudo sufría pequeños accidentes domésticos, sobre todo cocinando. Se hacia rozaduras, se quemaba o hacía pequeños cortes cuando preparaba algún guiso.
Él, preocupado por su amada, se dio cuenta de que los vendajes tradicionales eran grandes y aparatosos para heridas menores y entorpecían los movimientos de su esposa. Por eso, a partir de ellos, preparó lo que poco tiempo después se convertiría en la tirita. Cortó y dobló muchos trozos de gasa que pegó en el centro de una larga tira de esparadrapo que cubrió, para evitar que se pegara a sí mismo, con tela de corpiño. Luego volvió a enrollar el apaño y lo dejó en el aseo junto a unas tijeras para que su mujer cortara lo que necesitaba en el momento de la cura.
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