Doce años y medio después de la intervención estadounidense para acabar con el régimen talibán, Afganistán ha cambiado profundamente, pero sigue siendo un país en guerra, dependiente por completo de la ayuda internacional y del opio. Por imperfectas que sean, las elecciones de ayer son otra oportunidad para seguir progresando y no volver al abismo.
Destruido por 20 años de golpes, invasiones y guerras civiles y recompuesto por los talibán entre 1996 y 2002, Afganistán cuenta hoy con unas fuerzas armadas y policiales de unos 350.000 efectivos, pero que dependen todavía de EEUU y de la OTAN para su entrenamiento, logística y tareas de reconocimiento.
Si el sucesor de Hamid Karzai se niega a firmar un Acuerdo Bilateral de Seguridad con el Pentágono y la ISAF (51.000 efectivos de 48 países en proceso de retirada) se va del todo y corta su apoyo económico, es inevitable que los talibán y sus aliados de Al Qaeda, todavía fuertes en amplias zonas del país y en las provincias fronterizas de Pakistán, recuperen buena parte de la influencia perdida.
Los tres candidatos con más posibilidades de ganar o -lo más probable- pasar a una segunda vuelta parecen dispuestos a cerrar ese acuerdo de seguridad, pero hay demasiados interrogantes por despejar. Las negociaciones secretas con los talibán, los cuatro meses que tardará en tomar posesión el nuevo presidente y el riesgo de graves atentados son sólo tres de ellos.
Los servicios secretos estadounidenses consideran que Afganistán no podría mantener su independencia actual sin asesores, entrenamiento y ayuda económica masiva de Occidente al menos hasta 2018. Desde 2002 ha recibido entre 10.000 y 15.000 millones de dólares anuales en ayuda, más del 95% de su PIB, que ha pasado de 2.400 millones a unos 20.000 millones en ese tiempo según el Banco Mundial, pero su renta por habitante (menos de 700 dólares) sigue siendo una de las más bajas del mundo.
Según el último informe de la ONU, el cultivo del opio ha vuelto a dispararse: un 36% en 2013 en relación con el año anterior. Muchos campesinos han vuelto a sembrar amapola para poder mantener a sus familias, casi todas numerosas.
La economía afgana sigue bloqueada también por la corrupción rampante, según Transparencia Internacional. Esto explica, en buena medida, que más de la mitad de las viviendas sigan sin luz, agua corriente ni condiciones sanitarias básicas. En la conferencia de donantes de 2012 en Japón, EEUU, Japón y Alemania se comprometieron a seguir dando a Afganistán 4.000 millones de dólares anuales hasta 2017, pero condicionaron esa ayuda a una reducción de la corrupción. La ayuda estadounidense está condicionada, sobre todo, por la negociación del acuerdo militar y la respuesta del Congreso.
De unos 6.500 centros de votación, ayer sólo fue imposible abrir unos centenares, señal, junto con el aumento de la participación en relación con las elecciones de 2009, de que, a pesar de los atentados que se suceden prácticamente a diario, la seguridad ha mejorado.
Si se superan estos comicios con éxito y se logra la alternancia, Afganistán habrá dado un paso importante en su proceso de estabilización. El peor escenario en las próximas semanas, si hay que ir a una segunda vuelta -los resultados preliminares se anunciarán el 24 de abril-, puede ser el asesinato de alguno de los candidatos, pues obligaría a interrumpir el proceso y a convocar nuevos comicios.
La economía, que ha crecido más de un 9% anualmente desde 2002, ya está sufriendo los efectos del desencuentro entre el Gobierno saliente de Karzai y EEUU.
El crecimiento, de un 14.4% en 2012, se redujo a sólo un 3.1% en 2013 y, según el Banco Mundial, este año no pasará del 3.5%. En 2015 nadie se atreve a hacer pronósticos sin saber el resultado de las elecciones y de las negociaciones con Washington. Ese dato, el aumento del número de jóvenes escolarizados -que ha pasado de un millón en 2000 a 10 millones en la actualidad, con unas 40.000 mujeres en universidades o institutos técnicos superiores- y la reducción del número de muertos en enfrentamientos y atentados en los últimos dos años permiten a los más optimistas proclamar el éxito de la intervención exterior.
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