Esperanza Aguirre vive en el barrio de Malasaña y eso ya imprime carácter, aunque su casa no sea un pisito, sino un coqueto palacete. Aunque emparentada con la nobleza, ella tiene carne y espíritu populistas. Es fresca como una lechuga y a base de comportarse como cualquier «choni» -que diría Jordi Pujol- consiguió que le votaran tanto las señoras de los barrios pudientes como las mujeres de la limpieza del extrarradio. Desde que abandonó voluntariamente la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Aguirre pudo volver a ser ella misma. Sin incómodas bridas oficiales, sin responsabilidades institucionales, sin reglas. La vecina más famosa de Malasaña ya no tiene quien la controle. Yvive deprisa deprisa, rodeada de personas devotas que la adoran como si fuera la Vírgen María.
Ésa fue la Esperanza Aguirre que aparcó en el carril bus en el lugar más imposible de Madrid para sacar dinero del cajero. A cualquiera se le aceleraría el corazón al hacer semejante cosa. Pero ella no conoce la palabra miedo.
La presidenta del PP de Madrid se ha dado cuenta ya de que metió la pata. No sólo por largarse haciendo caso omiso de los agentes de tráfico que la multaron, sino por su desinhibida y espontánea tournée mediática posterior. Con lozanía y descaro, con insolente lenguaje popular, Aguirre se presentó como víctima de la prepotencia de los agentes de movilidad. Creyó que muchos ciudadanos la entenderían. ¿Quién no ha tenido ganas de hacer un corte de mangas a los que ponen multas? Sus fieles, algo abochornados, esperan que el pueblo que le votó por su descaro la absuelva del pecado cometido.
Otra cosa distinta es el partido en el que todavía milita. Sería inexacto decir que el PP la ha dejado sola porque antes de escaparse de los agentes ya estaba sola. Sola con sus chicos de Nuevas Generaciones de Madrid. El incidente ha sido tan jugoso y estrafalario, que sus adversarios en la dirección nacional y en el resto de las comunidades ni siquiera han tenido que echarle mucha pimienta a las bromas. Las redes sociales lo han hecho por ellos. «No se puede ir por la vida dando lecciones de responsabilidad y de moralidad a todo el mundo, porque un buen día te las tienes que tragar y eso es lo que le ha pasado a Esperanza. Ella iba de estupenda y en este episodio que es hasta ridículo ha salido a relucir su soberbia, su verdadero yo», resume un dirigente del PP.
Ni siquiera su fiel Ignacio González, a quien dejó como sucesor en la Comunidad, la ha defendido con demasiado ardor. Sus declaraciones fueron más bien frías. Al presidente madrileño, que quiere llevarse bien con Rajoy y la dirección del PP para ser candidato en 2015, el comportamiento desinhibido de su antecesora no le viene nada bien. Como tampoco sus críticas contra el Gobierno. Y Ana Botella no tiene más remedio que respaldar a sus agentes de movilidad. Lo cual tampoco le desagrada teniendo en cuenta que Aguirre no fue piadosa con ella a propósito de la tragedia del Madrid Arena.
¿Acabó en Callao la escapada de Esperanza Aguirre? Nadie se atreve a asegurarlo. Pero liarse a bofetadas con funcionarios municipales no parece el mejor camino hacia la Alcaldía de Madrid.
De 'soplar' al 'linchamiento'
- El incidente de tráfico de Esperanza Aguirre es visto de distinta manera desde el PP de Valencia o de Madrid. El presidente de la Diputación valenciana, Alfonso Rus, aseguró ayer que «cuando a un político lo denuncian tiene que pagar, y cuando a un político lo paran y tiene que soplar por el tema de la prueba de alcoholemia, tiene que soplar», informa Europa Press. Rus añadió que ningún ciudadano es más que otro ante la ley, y que aunque desconoce qué fue lo que le pasó a la presidenta del PP madrileño, «ella siempre ha sido así». Por contra, David Pérez, alcalde de Alcorcón y presidente de la Federación de Municipios de Madrid, defendió ayer a Esperanza Aguirre ante lo que consideró un «linchamiento no por lo que haya pasado sino por ser quien es». En su cuenta de Twitter, Pérez aseguró que «tanta rabia es enfermiza».
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